Fue pasando el tiempo y de alguna extraña manera también yo
fui haciéndome el hábito de que no estés alrededor. Hace tres años no podía
pensar la posibilidad de olvidar algo, y llené mil hojas de descripciones de tus gestos, tus abrazos, tu
voz. Hace tres años volvíamos del entierro y yo te pensaba como si fuera a verte
el domingo cuando nos juntáramos a tomar mate y me dijeras una receta que yo
nunca anotaba porque total… ibas a hacerla el domingo siguiente y yo confiaba mucho
más en tus manos.
Hoy tengo planes para este domingo porque ya hace tiempo
entendí que no voy a verte. Que todas las recetas que no anoté las perdí, como
perdí también (a pesar de las mil hojas) tanto de tus gestos, tus abrazos, tu
voz. Hoy ya sé que no hay escritura donde pueda guardarte, ni foto donde entres
completa, ni memoria donde ir a buscarte. Sólo tengo mi propio cuerpo,
atravesado por tus cuidados, tus caricias, tus retos… Por silencios oceánicos y
complicidades infantiles. Por tu risa contagiosa y por todas las historias que
sé de mí sólo porque vos las traías a la mesa mientras condimentabas la
ensalada. Un cuerpo que hace tres años me gritaba desesperado nunca, nunca, nunca más. Un cuerpo que hoy celebro y abrazo porque es donde más cerca te
tengo.